Poco más o menos.

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Acerca de Juanlo. Primavera 2024.

    Mi nombre podría haber sido cualquiera compuesto por los dos nominales correspondientes a las figuras de los padres paternos y maternos, larga tradición en pueblos y aldeas. Aunque me crié mayormente en la villa de Cehegín hoy por hoy poco vínculo tengo con el lugar. Vivo en Murcia junto a una igual, otra hija de los creadores y mi perra, Tabi. Las facturas las pago a golpe de actualización de software y sustitución modular de componentes manufacturados en otros continentes. Lo que sobra lo dedico a ingerir literatura culta o dudosa, digital y analógica; a amedrentar trastes y otros mecanismos polifónicos; o a meditar, hasta ahora sin místicos resultados. También escribo desde muy joven. Primero imaginando ser periodista deportivo y de sociedad; más tarde a través de las tonadas que me invadieron en la adolescencia; luego y de nuevo articulando, ahora sin pretensiones profesionales, a través de blogs y otras travesuras; y en estos días plasmando en el papel las pequeñas historias que pueblan mis células nerviosas. En el pasado toqueteé con muchas bandas, algunas en el pueblo y otras en la ciudad. He tenido proyectos propios y participado en otros tantos con muchedumbres variadas. Desde hace poco he vuelto al toque de guitarra, después de no querer saber nada de ella durante más de un año.

   Casualmente consumí cocaína, y mayormente alcohol y cannabis, pero solo entre los 16 y los 40 años de edad. La nimiedad consumista sumada al trauma tópico y trivial de la perdida maternal antes de la mayoría de edad, me han hecho tener una marcada tendencia a la depresión. Unos meses antes del confinamiento forzoso por la pandemia de 2020, y concentrado en el monstruo alimentado durante años y años, toqué fondo. Se concedió que no saliese de casa, a no ser para poco más que comprar garrafas de vino e ingentes cantidades de cafeína y hachís; que la maraña de mi mente se sumiera en la más que consabida autodestrucción tanta veces prescrita y escrita; y que cortara comunicación con la práctica totalidad de conocidos y amigos.

   Gracias a psicólogos y psiquiatras; al persistente e ininterrumpido pasar del tiempo; a la increíble paciencia de seres de la altura de Lola y Mara, como también a la inestimable compañía de la pequeña Tabitha, he conseguido ausentarme de ese lugar tan jodido al que entré, y a donde, a ser posible, preferiría no volver.

   Gracias también al Dharma. En las palabras de Buda; Matthieu Ricard; Dzongsar Jamyang Khyentse Rinpoche; Yongey Mingyur Rinpoche; y otro buen puñado de maestros y maestras espirituales, he visto por fin colmados los deseos de paz que durante tantos años intuí pero que nunca fui capaz de atreverme a abrazar.

   No se lo que me depara el futuro ni cuánto tiempo me queda en el mundo, pero espero poder caminar en paz de acuerdo a mis más íntimas creencias; poder seguir buscando y recorriendo el camino del Dharma, y disfrutando de la tremenda suerte de estar aquí y ahora.

Gracias.


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