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Los treinta y ocho empiezan con un café con leche de vaca. Mal empezamos. Aunque supongo que tras hacer un exhaustivo recuento de mi estar general, en general no me puedo quejar. Ha sido un año convulso, con varios puñados de gente que ha decidido (lo más probable no sin razón) negarme su amistad. Por suerte, y aunque el puñado aquí sea más pequeño, también se han afianzado otras tantas amistades que han pensado juzgarme menos y disfrutarme más. Será que no es la cosa pa tanto.

Ha sido un año de no sexo, drogas y rock&roll. A la vejez. Por lo del sexo no me quejo. Entre multiorgasmos a rubias de vasija; morreadiles con hipis de cuatro tercios; noches de roces más exóticos; y reincidencias de cama…en serio, no me quejo.

Las drogas han sido más estables, probando los placeres de Galicia o Sevilla; haciendo fuerte confraternización en los baños de bares; delicias de Ketama que me han salvado (o condenado) durante largos meses. El alcohol ha jugado un papel indispensable en esta existencia entre los treinta y siete y los treinta y ocho, y ahora quizá sea el momento de parar. Ya no cuatro años y medio, como la última vez, pero si hacer un descenso de este nivelazo. Me lo he ganado.

El rock ha sido casi todo lo que esperaba, y quizá un poquito más. Lástima de las muertes anunciadas. Mini giras, Ep’s en vinilo sin ni siquiera necesidad de participar, mucho curro y kilómetros. Ha sido duro, pero lo hemos pasado bien. Y ahí está la puerta abierta para seguir dándole a la creación. Yo ahora debería sincerar y decir que este año va a ser el año de la creatividad máxima, pero ya se sabe: he caído demasiadas veces en el error de la promesa.

No estamos tan mal.


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