Hola efímeros. Me imagino que andáis todos sumergidos en esa tormenta que llamamos lista de deseos. Ya sabéis, una serie de ocurrencias que, por aquello de que el marcador de la vida se pone a cero, nos obligamos a desear cuando en realidad ni nos apetece, ni nos conviene, ni podemos conseguir. No me entendáis mal. Ya sé que de fuerza de voluntad vais hasta arriba. Pero en realidad, ese subidón de buenas intenciones, no es más que el humo de escape de una maquina a la que no has dejado de meterle mantecaos, pastelillos rellenos de cabello de ángel y bombones de chocolate contados por docenas; litros y litros de alcoholes, de los de toda la vida -la tuya- y de los más variopintos y extremos; mariscos de mirada amenazadora, cocida o a la plancha; además de varios mg de omeprazol, ibuprofeno, y cualquier otra cosa, que igual no tiene prospecto, pero se vende también al gramo.
Te debates entre leer más libros, bueno, leer alguno, quizá; adelgazar 5 kilos, para recuperarlos en Domingo de Pascua; Correr un maratón, disfrazado de luciérnaga fosforita, y perder la integridad de tus rodillas; beber menos alcohol,…claro, claro…; pasar más tiempo en pareja, previo cortejo y adquisición de la misma; dejar el trabajo que odias, abrazar el manifiesto del Unabomber, y vivir aislado en Burete -también vale Barranda-; dejar de fumar, tabaco.
Yo este año he decidido volverme un antisistema, y ya he empezado negándome a comer roscón de reyes. Pero también he creado mi lista. La lista de despropósitos 2018: