Poco más o menos. | índice |
Segunda semana de vacaciones y ahora sí, puedo decir que siento la descompresión en la sesera. Además, saber que dentro de quince días tendré otra semana más de descanso, ayuda a enfrentar la vuelta al trabajo con alegría.
Pasamos unos días con la familia en el pueblo, o más bien en el campo. Me he pasado las jornadas lanzándole la pelota a Tabi y Linda; dándome buenos baños en la piscina; tecleando mucho en la Terminal; y comiendo todo lo que me cabía.
Pero sin duda, de lo que más he cargado la mente, ha sido de silencio. Como persona pegada perpetuamente a unos auriculares con cancelación de ruido y tapones, poder no escuchar nada durante horas -más allá de algún ladrido y los bichos de la noche (pocos, por cierto, pero de eso igual hablamos otro día)- ha sido el mejor regalo de las vacaciones.
Ya a la vuelta en casa, lavadoras y volver a más o menos unas rutinas. Estoy aún más descuidado con el ejercicio, y empiezan a surgir los conocidos dolores de lumbares y cervicales que tanto me han machacado en el pasado. Un poco de vitamina L (😉) y vuelta a unos ejercicios suaves que parecen estar resultando. Me tengo que poner a ello, pero no lo hago.
En otro orden de cosas más lúdicas, me metí con compañeros de trabajo en un maldito juego de esos de fútbol, sin tener yo ni idea de fútbol. El caso es tener una escusa para irnos a almorzar cuando termine la liga con el dinero recaudado, dinero que, a parte de una cuota al inicio, van apoquinando -amoquinando en murciano- los últimos de la tabla. Y ahí estoy, jugando a esta mierda, sin ver ni un solo partido -por supuesto-, imaginando que son orcos o elfos o lo que sea, y fijándome en sus números para intentar no quedar el último. Tener a algún jugador de los que parecen ser buenos me está creando un poco de psicosis. Mi equipo es el Coca Juniors... lo sé.
Me he terminado la quinta de la saga Prey. Vaya asco de obsesiones. No sé que va a ocurrir ahora. Un abrazo.
Sigue sin haber brega, y le sigo dando una vuelta.